(Leer versión en inglés, aquí)
Hace unas semanas regresé de vacaciones de República Dominicana. Tenía pendiente escribir sobre ello pero como siempre, voy dejando todo para más tarde y ese momento nunca llega. Es difícil describir lo que siento sobre mi país. Lo extraño, es cierto, pero mientras pasa el tiempo siento que me voy distanciando de él. Creo que lo que amo es el recuerdo de mi tiempo allá, de los años de colegio y universidad, de lo que era mi país en ese entonces, de quién era yo.
Hace unas semanas regresé de vacaciones de República Dominicana. Tenía pendiente escribir sobre ello pero como siempre, voy dejando todo para más tarde y ese momento nunca llega. Es difícil describir lo que siento sobre mi país. Lo extraño, es cierto, pero mientras pasa el tiempo siento que me voy distanciando de él. Creo que lo que amo es el recuerdo de mi tiempo allá, de los años de colegio y universidad, de lo que era mi país en ese entonces, de quién era yo.
Al salir del aeropuerto sentí una sensación de extrañeza, estaba en mi país pero al mismo tiempo no lo sentía mío. La cuidad había cambiado mucho desde mi última visita. En el camino encontré una nueva carretera, nuevo cementerio, negocios y edificios de apartamentos que antes no existían. La cuidad había crecido, era otra. Me hubiera gustado recorrerla despacio, volver a los lugares que alguna vez frecuentaba, caminar por el centro de la cuidad y tomar fotos, reconciliar mi pasado con el presente. Lamentablemente no me atreví; pesa mas la sensación de inseguridad que el amor que siento por ella. Tal vez es exageración mía, resultado de tanta criminalidad y violencia en las historias que escucho. Es triste decirlo pero, no me siento con la libertad y tranquilidad que amaba de mis años de adolescente. Hay quienes (como mi madre) que rehusan a vivir con miedo y no le dan mente a la situación. Entiendo su posición pero resulta difícil asimilar los cambios cuando el corazón esta anclado al pasado.
Ahora cuando estoy en Santiago lo disfruto más porque a mis hijas les encanta… para ellas es otro mundo en el que cada día descubren algo nuevo, cosas pequeñas como tomar mangos de la mata, jugar con pollitos, recoger las hojas del suelo cada mañana, saltar en posos de agua y ver como sus pisadas van dejando rastros, cargar los perritos de su tía Grecia y correr tras ellos, saltar con las olas de la playa, ayudar a la abuela a recoger la ropa seca del tendedero, desayunar cada mañana al aire libre, darle de comer a la cotorra. Son pequeñeces, cosas que se hacen diario allá, pero cuando has pasado meses encerrada después de un largo invierno, esas simplezas se aprecian mejor.
He aqui algunas fotos: