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lunes, 8 de agosto de 2011

Blanco

Blanco. Es todo cuanto veo. Las manos que creí llenas de repente las noto vacías. Cierro los ojos en un vano intento de concentrarme. Trato de visualizarlas pero otra vez, blanco. Un nada que se traga cada palabra antes de tan siquiera poder pensarlas. Un nudo en mis adentros, ganas de vomitarme a mí misma, de expulsar el silencio que me atosiga. 

jueves, 5 de noviembre de 2009

Lo elegido

Hasta ahora ella no era más que un pariente político, alguien que formaba parte de mi vida, no por quererlo sino porque era necesario, no porque la había elegido sino porque era parte del hombre con el cual había decidido compartir mi vida; por ello merecía mi respeto y cariño. Comencé a verla con otros ojos cuando la escuché admitir el error más grande de su vida. Inmediatamente pude sacarla del aislamiento en que la había sometido para lidiar con ella lo menos posible y la sentí más humana, más real y más mujer incluso; es como si ciertas relaciones impuestas no nos permitieran ver más allá de lo que uno quiere, siempre por el afán de protegerse uno mismo, por ser quizás un poco egocéntricos pero, cuando uno logra romper esa barrera puede ver de cerca al individuo, reflejarse uno mismo en él, cuestionar e imaginarse cómo ha vivido y qué tanto se asemeja a uno; en especial cuando el otro ha vivido más que uno. No pude evitar preguntarme si yo seguía el mismo destino, si había cometido el mismo error. Ella también fue joven, también fue cegada por el amor, ilusionada con la idea de que más allá de su realidad había un mundo desconocido donde sin duda podría ser feliz. Después de años tratándola me pregunté cuántas noches se habría dormido llorando, extrañando su gente y su tierra, preguntándose si al final había valido la pena atravesar el océano por un hombre al que apenas conocía. Pero supongo que ella reconocerá que es tarde ya para lamentarse, que no puede volver hacia atrás y deshacer lo hecho, supongo además que, debido a la clase de madre que es, al final reducirá todo a sus hijos y por ellos volvería a recorrer el mismo camino aunque éste no sea el deseado para sí.

De haberla escuchado decir aquellas palabras unos años antes lo hubiese tomado tal vez con ligereza, al fin y al cabo no tendría los compromisos que tengo hoy día y contaría con la excusa de era joven, con toda la vida por delante para pensar bien el trayecto a seguir pero, ahora que llevo una niña en el vientre no puedo evadir el hecho de que ya elegí mi destino, de que pronto seré responsable de otro ser humano y, en caso de querer escapar de mi presente no podría hacerlo con tanta facilidad.

Por ahora la posibilidad de haber cometido el mismo error es sólo eso, una posibilidad porque al igual que ella, no lo sabré hasta mucho tiempo después; y ni siquiera sé si valdrá la pena pasar el tiempo pensando en ello. Es fácil imaginar que lo desconocido es o sería lo preferible pero lamentablemente no se puede adivinar lo que aguarda el futuro y en el momento de decidir rara vez se es capaz de hacerlo sin estar influenciado o persuadido por emociones propias y opiniones ajenas. Supongo que el errar es propio de la juventud y aunque no siempre se está atado a lo elegido, lo cierto es que tampoco se puede deshacer lo hecho. Sólo espero que al final de mi vida pueda mirar hacia atrás y sentirme satisfecha en gran medida con la maneara en que la he llevado, así como deseo suceda con ella.

domingo, 25 de octubre de 2009

Espectadora

Cada día que pasa me asombro más de mi cuerpo, de las formas que va tomando sin que pueda yo hacer nada para detenerlo, es como si tuviese vida propia o, mejor dicho, como si la vida que lleva dentro fuera dirigiendo cada paso suyo dejándome como simple espectadora del proceso.

No reconozco las repentinas curvas y pechos, así como tampoco comprendo la inexplicable tristeza que de vez en cuando me azota. A veces quiero correr y él me lo impide. Me engaño intentando llevar la vida al mismo paso pero luego termino rindiéndome ante él, aceptando el hecho de que soy sólo un medio, el motor que lo impulsa, nada más; yo simplemente le sigo, sobrellevando la situación como pueda, sabiendo que al final la gratificación será mayor.

Hoy día soy como la tierra, siempre a merced del hombre y la inclemencia del tiempo, tierra que alberga las raíces de un mañana, tierra que sufre y se regocija en sí misma.

domingo, 1 de marzo de 2009

Incertezas

Ella es mujer de incertezas, cuanto menos sabe de si misma o hacia donde va, más fuerza toma, más mujer e independiente se siente. El no saber que será de su día le excita; haga lo que haga al final es su día y todo es valido. Aunque la incertidumbre del futuro le aterra, al mismo tiempo le da la oportunidad de soñar y si nada resulta, no importa, tiene todo el tiempo del mundo porque nada está determinado. ¿Que le causa pavor? Claro, pero prefiere el temor de lo desconocido al miedo de no saber cómo pagar cuentas pendientes, cómo escapar el tedio de la oficina y las obligaciones impuestas por la sobrevalorada estabilidad que todos deseamos. Una vez todo está dispuesto no hay escapatoria, el tren cierra sus puertas y resta permanecer en la estación sin esperanza de que llegue otro; hay que regresar y hacerle frente a la rutina, sobrevivir de alguna manera el camino elegido. Mañana irá a trabajar y verá pasar los días sin sorpresa alguna, siguiendo lo dictado por su agenda, todo de acuerdo a un plan y orden. Todo certeramente cierto.

Tunupa*

El recorrió largos caminos hasta encontrarla. Iba vestido de piel y huesos, simple mortal, ambulante y algo perdido. Desterrado de su cobijo sideral y desprovisto de armaduras, no estaba preparado para las vicisitudes de la tierra, del viento que le hacía avanzar el paso y de la inclemencia del sol que por ratos cegaba. Como para salvarse o acabar de morir, se lanzó a las profundidades del agua, a la tranquilidad de un azul que parecía perderse en el infinito, allí desde donde una vez cuidaba de volcanes y montañas. Cayó lentamente en lo que pareció un viaje eterno a oscuras. Entonces sintió el suelo debajo de sí; abrió los ojos y era ella. Ella con el pecho descubierto, con las piernas ocultas bajo escamas, ella mujer pez pero, ante todo, mujer.

*Inspirado en Tunupa, de Odi Gonzales.

jueves, 21 de agosto de 2008

Sólo entonces

Cuando logro cerrar las puertas, callar a los demonios y escuchar el silencio -aún cuando las paredes dejan escapar el ruido del mundo exterior, aquel en que a veces no pertenezco-, cuando todo deja de existir y logro escuchar a mi misma, no la voz que día tras día se lamenta o asfixia, no, cuando logro escuchar aquella que desde el fondo grita sin realmente querer ser escuchada, la que existe sólo cuando todo lo demás se esconde, entonces, sólo entonces, puedo sentir un poco de paz.

jueves, 7 de agosto de 2008

Desde mi lente

Soy un ser complicado, lo sé. Sin embargo no creo que sea tan difícil comprenderme; una vez dejen de considerarme una mujer normal y desistan en explicar mis cambios de humor podrán ver un poco más allá de esa mirada que tiende a tomar vuelo a deshoras, de la tristeza y silencio que a veces me envuelve por largas horas, días. No reduzcan mi silencio a una mera clasificación psiquiátrica de temperamento, las palabras no sirven de mucho cuando hay poco que decir, así como también resultan insuficientes cuando el pensamiento no se hace más que formular pregunta tras pregunta, haciendo un caos de la realidad, del hoy y el mañana. Mis emociones tienden a huir de un extremo a otro, sin poder dar yo misma con ellas cuando intento sujetarlas y convencerlas de que es necesario mantener la estabilidad para poder sobrevivir entre seres normales y simples que, según dicen, saben vivir la vida. Lamentablemente no todos nacimos para vivirla, al menos no del modo en que dictan los textos de autoayuda o las normas de Feng shui. A veces veo mejor cuando el lente está libre de filtros, ¿para qué ver el cielo más claro cuando sé que es un espejismo o cortina? La vida es lo que es, un pasaje entre un gran vacío. ¿Qué soy pesimista? Tal vez. Pero, ¿qué hacer si las pequeñas cosas que me llenan son las mismas que me aíslan de los demás? ¿Acaso debo llevar un antifaz para evitar ser interrogada y encasillada? ¿Cómo esconder mis complejidades si ellas han forjado la mujer que soy, las imperfecciones que me distinguen y el hueco que llevo en el pecho? ¿Cómo dejar de ser si lo que soy es todo cuanto conozco?


Callar, no decir más. Quizás sea más fácil para mí y los que amo.

lunes, 5 de mayo de 2008

Desaliento

Desaparecer, carecer de nombre y rostro; no ser una extraña porque entonces ocuparía un lugar, aun insignificante, pero existiría. Existir, he ahí el detalle. Si no soy, no pienso.

La existencia debería ser una opción, no una imposición. Recibir un sumario de lo que sería tu vida, el vivirla resultaría de un sí o un no; en caso segundo, permaneceríamos en el vacío, polvo entre polvo, aire, partícula de un todo que en realidad es nada. Tal vez no aprendería a sentir, llorar, reír, pero como no hace falta aquello que se desconoce o ignora, daría igual.

lunes, 21 de abril de 2008

Texto amarillo

Corría como loco, cegado por un sol que cubría todo de un manto áureo e imposibilitaba agitar el paso. Corría sin llegar a ningún lado cuando, de pronto, sentí un hormigueo sobre mis piernas. Seguí la marcha pero el cosquilleo de los girasoles no me permitía avanzar. Quise detenerme, recostarme sobre ellos pero era tarde. Fue entonces cuando pensé en las posibles abejas. Comencé a correr más de prisa pero esta vez invadido por el miedo. Concentré mi energía en los girasoles a fin de mermar mi terror; imaginé todo valle cubierto de ellos, sí un valle repleto de mujercitas delgadas con grandes sombreros ocre, todas queriendo tocarme. Me reía solo y con los ojos cerrados, hasta que tropecé y me vi de frente con el pavimento. Divisé la salida del parque. Detuve un taxi y el chofer, para colmo, era chino...

martes, 26 de febrero de 2008

Subway

Una hora de ida, otra de vuelta, cinco días a la semana. Aproximadamente 520 horas viajando en metro durante el año, sin tomar en cuenta el tiempo para ir de compras, salir a pasear y las horas perdidas por andar distraída o peor aun, por quedar dormida y dejar pasar una parada tras otra para de nuevo esperar el tren y hacer el mismo recorrido al revés.

Genial, acaba de irse el F. Un minuto antes y hubiese llegado puntual a la oficina.

Un minuto. Quién diría que tan poco tiempo implicaría gran diferencia. Un minuto en hora subway es la diferencia entre llegar al trabajo sosegada, con tiempo incluso de tomar un café, a llegar con el corazón a millón después de correr para poder recuperar los minutos perdidos y tener que soportar la mirada acusadora de mis colegas.

El E. Mejor tomarlo porque quién sabe cuando llegará el F.

No hay mejor excusa como el tren para cuando se llega tarde. Tampoco hay mejor lugar como éste para empezar el día de mal humor. ¿Será que este señor no me ve o acaso me ignora? Entre su espalda y la puerta del vagón no queda más que mantenerme estática. Se equivoca quien considere el metro un viaje placentero, aunque la situación es distinta siempre y cuando no se ande en pleno rush hour. Entonces se puede viajar tranquilo, leer el periódico con la misma placidez que en casa solo que, en vez del ruido irritante del televisor, hay toda una amalgama de entretenimiento gratis y en vivo.

Roosevelt Avenue.

Abren las puertas y rápidamente intento tomar un poco de aire pero un codo golpea mi espalda, no puedo voltearme porque el señor en frente de mí va sujetado del brazo y, de mover la cabeza no podré enderezarla sin rozar mi nariz sobre sus axilas. Y pensar que la próxima parada está a unos quince minutos. La desgracia del tren express. Mejor permanezco quieta. A mi lado izquierdo solo escucho un rap desde unos audífonos, los cuales, al parecer, cada día son hechos de peor calidad porque no hay persona que escuche música sin compartirla con todos, quieran o no. En ese sentido esta cuidad es extraña y contradictoria. Aquí no se comparte nada, la gente normalmente no saluda, no le gusta ser molestado con la música ajena y es centinela de su privacidad. Sin embargo, subes al tren y te encuentras con que nada de eso existe dentro del vagón, allí somos otros. De repente somos más tolerantes, no reclamamos a quien lleva la música alta, socorremos a quien está a punto de caer con el remeneo del tren, compartimos el periódico con quien tenemos al lado y aceptamos el roce de otros cuerpos con sorprendente naturalidad.

Queens Plaza.

Más gente. La desesperación por llegar definitivamente nos hace más transigentes. ¿O será que las luces fluorescentes nos bloquean parte del cerebro? Dudo que en otro lugar estemos dispuestos a soportar tantos pormenores para arribar a un lugar. Necesito aire. Falta unos minutos para entrar a Manhattan, entonces se vaciará el vagón y podré, por lo menos, mover las piernas. Ya cuando hay espacio podemos fijarnos en los demás (sin mirarlos a los ojos, claro) y encontrar en cada rostro un poco de Nueva York. Cada faz es una historia nueva, cada sonrisa una alegría que en cierto modo nos conforta, cada mirada que se pierde un pensamiento que nos lleva a imaginar un sin fin de posibilidades, cada…

42nd Street.

Cuán rápido se avanza cuando no se está pendiente. ¿Por dónde iba? Sí, por US$2.00 el subway sirve de guía turística, llevándote desde Coney Island al estadio de los Yankees en el Bronx, o al Shea de los Mets en Queens, así como tomar al ferry desde Manhattan para llegar al olvidado Staten Island. Los diseños de cada estación reflejan un poco la cultura que predomina en el área, así como su mantenimiento (en especial la cantidad de óxido que baña sus paredes) dice algo del nivel de ingreso o relevancia del sector para la cuidad.

34th Street. Transfer to local R.

Hay estaciones que no dicen nada, como ésta en que sólo ves bolsas de tiendas comerciales y turistas, aunque a tan temprana hora sólo sirve para trasladarse de un tren a otro. Me vence el sueño. Muchos de los presentes llevan los ojos cerrados, es difícil no hacerlo cuando conoces el trayecto de memoria y no puedes hacer más que mirar el suelo o cerrar los ojos si no llevas algo de leer. En mi caso, estoy tan acostumbrada al vaivén del tren que desde que me siento no puedo evitar dormir…

8th Street.

Por poco quedo dormida. 9:14AM. Es tarde, a caminar de prisa. Dejar atrás el mundo del subway para integrarme a Manhattan donde, al igual que el tren, nos acomodamos a un horario y modo distinto de proceder.

viernes, 1 de febrero de 2008

Lo cotidiano

La cotidianidad la arropa, la envuelve, la seduce con su abrazo dejándola ansiosa de unas sábanas, de un hueco en el cual perderse, de un disfraz que oculte su invisible llanto.

La locura asecha desde la sombra y ríe, amenaza con poseerla mientras a ella se le agotan las fuerzas y le hastía la inercia, la tortura de existir, ese morir cada día, el deambular con la sangre fría, amanecer todos los días junto al reloj, aquel que dicta cada movimiento y proceder, así como también lo aniquila.

Cruz

Me he cansado de esta lucha, de este querer ser algo que desconozco, de este rechazo a mi misma, a lo que soy o pretendo ser. Cansada de la insuficiencia, de esta nube gris que llevo en el pecho, en la frente, entre los dedos. Cómo seguir con tantas interrogantes, con este cuestionarlo todo, hasta el respirar. Cómo seguir cuando pesa tanto la vida que el sujetarla se hace imposible y uno termina llevándola a empujones, casi por obligación, como una cruz, destino que es menester aceptar.

Me he cansado de esta búsqueda inútil, este empeño por hacer más de lo que pueden mis manos, mi cuerpo. Toda una vida corriendo hacia no sé donde, con la esperanza de que en algún momento habrá una luz, una señal que me indique la salida, el lugar al cual pertenezco. Sin embargo sigo en el mismo trayecto, aquel olvidado por el sol, sin indicios de un final, un porqué. Y en tanto, el cuerpo está exhausto y el corazón herido, sufrido como las rocas en el fondo del río, sin esperanza cierta de algún día ver la claridad, de saborear la libertad.

sábado, 12 de enero de 2008

Atlas

Sientes el mundo sobre tus hombros y vas perdiendo el equilibrio, las fuerzas en los brazos, las piernas, el alma. El mundo va cayendo mientras tus manos son tragadas lentamente por la tierra.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Cuestión de segundos

Rafa había preparado todo para salir: confirmó con su amigo y dos chicas que los acompañarían, reservadas las sillas y una botella de coñac en el bar. Todo estaba previsto para que aquella fuera una de las tantas noches donde la música, los tragos, y los amigos se fundían en fiestas desenfrenadas que luego iban a parar en el olvido, salvo que fuese rescatada por alguna mujer que la convertiría en el preludio de una relación inevitablemente temporal; una noche más cuyo único fin era embriagarse hasta más no poder y deambular como perros callejeros en busca de saciar su más primitiva necesidad. Caminó hacia el único espejo de la habitación para fijarse en el cuerpo que, después de una ducha caliente, seguía ardiente y húmedo.

La cama se encontraba desatendida como siempre y sobre ella, sábanas que un par de días antes habían sido estrujadas por cuerpos ajenos y sudores mezclados con los suyos; en una esquina la ropa de varios días que acumulada comenzaba a emanar un olor desagradable y aparentemente imperceptible para él; su colección de cd’s tirados sobre una vieja mesa que hace de escritorio; las ventanas vestidas de toallas color azul marino, sujetas a la pared por clavos en los extremos superiores, mientras que las paredes se encontraban desnudas, sin rastro de vida o color, salvo por un pequeño portarretrato con la imagen algo borrosa de Jesucristo, el cual había sido un regalo de su madre; y, sobre la cómoda de madera comprimida, un televisor que ocupaba, casi en su totalidad, una de las paredes laterales.

Hasta esa noche, Rafa nunca se había detenido por nada ni por nadie. No permitía el sentirse fatigado (o al menos no lo mostraba ante los demás) y mantenía su vida en constante movimiento, como si temiera interrumpirla al detenerse. Por ello se dejaba consumir por largas horas de trabajo y tomaba sólo las necesarias para dormir. Su vida era el ahora, el hoy, ese preciso instante en respiraba con la boca abierta, de manera profunda y como si le faltase el aire. Ese pequeño detalle pasaba desapercibido por él ya que estaba acostumbrado a los fuertes gemidos provocados por cada bocanada de aire, sin embargo, le fue inevitable notar la extraña y repentina pesadez que lo embargaba.

Se sentó sobre su sillón de cuero negro con la idea de que cinco minutos eran suficientes para recuperar las fuerzas a fin de vestirse y seguir con su cita; sin embargo, esa noche todo se detuvo en el instante en que una inexplicable fuerza se sobrepuso a su ánimo y a su cuerpo, obligándole a permanecer estático y a contemplar por primera vez el vacío.

Se fijó en lo abultado que estaba su estómago, en los vellos blancos que se habían sumado a su pecho y en lo minúsculo y exiguo que se veía su miembro encogido. Le espantó su propia vejez y se molestó al pensar que no bastaba el brillo que se iba formando en la parte superior de su cabeza, allí donde una vez hubo una melena negra extensa, sino que para colmo tenía que soportar los achaques de viejos panzudos incapaces de echar un polvo. Se negaba a aceptar aproximación alguna a una vida senil y consideraba, además, estar en pleno apogeo, sobrando mujeres para confirmarlo.

Harto de pensamientos y temores estúpidos quiso pararse del sillón pero esto resultó en un esfuerzo fútil al sentir náuseas y escalofríos. De repente, de la nada surgieron imágenes inconexas y sin sentido. Una tras otra desfilaron mujeres con las que había pasado una noche, una semana, unas horas: Ana, la del cabello de tinte rubio y de ojos y cejas negras que invitó a salir sólo a causa de un juego de dados que terminó mal; Beatriz, la de la risa estrepitosa y labios tiernos que disfrutó por dos semanas hasta que conoció a Teresa, la mujer de la lavandería que mantuvo entretenida por largos meses hasta que ésta se hartó de lavar su ropa y esperar sus llamadas; Diana, la mujer de interminable pasiones siempre insatisfecha; Mercedes, la que casi supo conquistarlo pero la dejó esperando una tarde, sin jamás una llamada o un por qué... Y así siguieron marchando mujeres (algunas cuyos nombres no recordaba) o retazos de lo vivido con ellas, como una buena botella de vino, el personaje de alguna película compartida; el concierto de piano que poco le interesaba pero cuya invitación prometía acceso a un escote que desde mucho antes le perturbaba; las piernas de una, los ojos o espaldas de otra, hasta el punto de parecer un baile de trozos de cuerpos femeninos que se movían a compás de una sinfonía que el desconocida. Oscureció de pronto y escuchó la voz de su madre “Rafa, ¿Cuándo vas a hacer algo con tu vida?” Seguido de esto, la imagen de un niño que corría entre hojas secas que saltaban a su paso, con el viento enredándose en los cabellos que casi tocaban sus hombros, las mejillas y la nariz rosadas, los labios quebrados por el frío pero con una enorme sonrisa que por momentos revelaba el hueco entre sus dientes. Luego, el mismo niño lloraba y ya no se encontraba rodeado de árboles sino de una noche feroz, una penumbra habitada de voces y ecos, de pasos que parecían venir de todas partes, y sobre él, un plenilunio que le daba más miedo que consuelo. El niño largó un grito que sacó a Rafa de su delirio y lo devolvió a la realidad que se antojaba completamente confusa.

Rafa no alcanzaba a comprender qué sucedía pero el temor de lo que pudo o podía ocurrir lo sacudió y enervó de tal modo que sólo logró llorar. Lloró como nunca antes lo había hecho, con la misma intensidad y ganas con que se había aferrado al cuerpo de esas mujeres, lloró hasta sentirse los ojos hinchados a punto de estallar, como si su cuerpo se hubiese transmutado en otro, como si fuese otro ser incapaz de cargar con su propio peso y conciencia, otro que cuestionaba cómo había llegado hasta allí, a aquella habitación de largos silencios que había ignorado hasta entonces.

Sin pensarlo, Rafa cayó de rodillas al sentir un punzón en el pecho, un invisible pero profundo zarpazo que lo dejó mudo, sin la posibilidad de pedir auxilio y obligándolo a arrastrarse por el suelo como un insecto. El dolor opresivo del pecho se trasladó a su espalda. El sudor corría por todo su cuerpo mientras se esforzaba vanamente por mantener el fluir del aire en sus pulmones. En cuestión de segundos, todo dolor y desasosiego se transformó en una agradable levedad y tranquilidad. Se fijó en la tristeza del bombillo que tímidamente alumbraba aquel cuarto y pensó, “Quizás debí abrir más a menudo las ventanas”.

jueves, 12 de julio de 2007

Días dispares

Hay días – III

Hay días en que nada duele, en que sonríes sin motivo alguno, en que te da por cantar, por escuchar canciones de rock y tocar tu guitarra imaginaria; días en que quieres aceptar la invitación de la lluvia, bailar en ella y sentirte renacer con cada minuto que pasa, vivir cada segundo como si acabases de despertar de un largo sueño en el cual perdiste la memoria y sólo sabes del hoy, del ahora.

12 de julio de 2006


Hay días – IV

Hay días en que no quieres ser y sin embargo te sientes atada a una rutina que poco a poco te asfixia, a la vida que llevas a cuestas como una imposición. Días en que no quieres ser esa mujer cobarde, desganada, con temor a arriesgarse, a enfrentar los pensamiento amargos y vencerlos, a luchar contra los relojes que te persiguen y hostigan. Pero te rindes ante la luz que se escurre por tu ventana para avisarte del nuevo día que a fin de cuentas terminará siendo igual que el de ayer y el de mañana; entonces seguirás tu camino, a la misma hora y con el mismo lamento.

12 de julio de 2007

viernes, 2 de marzo de 2007

¿A dónde fue a parar?

¿A dónde fue a parar aquella que le escribía a la lluvia, la que hablaba con las olas y se sentía una con ellas? ¿Qué de las flores, los ocasos, lo sublime y níveo de sus palabras, la tristeza fundida en sueños utópicos, el eterno verano en sus versos? ¿Qué pasó con el amor que le hacía flotar entre nubes?

¿En que momento decidió pisar la tierra y verter sus emociones sobre el concreto? ¿En que momento decidió asumir su realidad y hacerse amiga de la rutina, lo trivial y lo mundano? ¿Será que ella, sin darme cuenta, ha cambiado los cuentos de hadas por tragicomedias? ¿O será que yo quise asumir su papel de princesa y apenas ahora, ya muy tarde, despierto?

lunes, 28 de agosto de 2006

Lunes de lluvia

Llueve, pero no es de esas lluvias que contemplas a través de una ventana con una sonrisa y recuerdos de una vida más simple e ingenua. Esta lluvia es de lunes, de esas que presagian la monotonía y frustraciones de los días a seguir. Lunes de lluvia en que te pesa el cabello y tus ojos anhelan refugiarse en la oscuridad; lunes de paraguas y jeans mojados; de silencio en los parques y en las calles; de pereza y cansancio; de retrasos y horas de espera; de sopor y cafeína... una tarde que tarda en fenecer.

Es lunes de abril en pleno agosto, frío y absurdo, de esos que no dejan huellas en el calendario.

viernes, 4 de agosto de 2006

Cobarde, a fin de cuentas

No le temo a la lluvia, a los días grises en que Nueva York me parece un monstruo, un mar de hierro y cemento que me traga y escupe a su antojo. No le temo a las largas horas en el metro entre desconocidos, gente de todas partes del mundo que te observan y saludan tu soledad con la misma tranquilidad en que ellos aceptan la suya.

No le temo a la crudeza de esta cuidad que te obliga a convivir entre la muchedumbre sin decir una palabra, salvo los “I’m sorry” cada vez que alguien te pisa, te empuja, te roza, te confunde con otra persona o simplemente, en su temor a saludarte, te repite lo mismo.

No le temo caminar a mi casa a medianoche, desconfiar del más mínimo sonido o sombra. No le temo al señor que todas las noches duerme en la entrada de la estación del metro con su maleta y zapatos rotos, el que hasta hace poco pensé que era mudo. No le temo a los fantasmas de mi apartamento como tampoco al silencio que lo habita todas las noches, todos los días...

Y resulta que he aprendido a convivir con la frialdad de esta cuidad, a aceptar la calidez que de vez en cuando te brinda la sonrisa de un extraño; los insoportables turistas en Times Square; la excentricidad de muchos en el Village; lo frívolo y plástico de otros en Midtown. Me he acomodado al cambiante clima, a su extremismo, a esperar la primavera con las mismas ansias en que un niño espera la navidad.

He aprendido que el temor es enemigo de la subsistencia y que la rutina puede ser un gran amigo si se sabe manipular.

Sin embargo, no he aprendido a moverme a compás del tiempo, a seguirle los pasos sin quedar atrás, faltándome el aire y casi corriendo para no perderlo de vista. Y es que aqui el tiempo no se detiene ni se apiada de nadie, te pasa por encima como un rodillo sin disculpas, penas o verguenzas.

Tiempo. Ahí radica mi miedo; en un mañana donde aún me encuentre sentada en Bryant Park, finjiendo como muchos que prefiero estar sola, esperando el ocaso con la misma esperanza de antaño, anhelando un mañana que hace mucho me pasó de largo.

lunes, 31 de julio de 2006

Cronología absurda (y patética) de una noche de verano

8:45pm. Café Reggio en el Village. Me había tomado un par de apple martinis en el Fat Black Pussycat y vine a tomarme un café a ver si la cafeína me quita esta leve embriaguez (repito, leve). Fue en este lugar donde me encontré con P por primera vez fuera de la universidad, un sábado de diciembre. Pido un expresso doble con amaretto y un flan. Delicioso. Hay algo de este lugar que me atrae. No sé si son las dos pinturas oscuras que cuelgan de la pared (ni siquiera puedo verlas claramente), de esas que normalmente hacen referencias religiosas pero más bien parecen cuentos de fantasmas. Las sillas anticuadas, similares a la de los cafés parisinos; las azucareras exageradamente grandes; la falta de aire acondicionado y la dulce brisa de un abanico de techo; música clásica en el fondo (no sabría distinguir quien es). En lo único que puedo pensar es en esa cita con P, en lo nerviosa que estaba esa noche, en lo mucho que me intimidaba su inteligencia y en lo chiquitita que sin querer me hacía sentir. Hay un letrero en madera que dice lo siguiente: “To look a fool is the secret of a wise man. Edgar Allen Poe”. Recibo un mensaje de texto en mi celular. Un amigo se encuentra en un bar en la 169 y Broadway. No sé si ir, quizás no sea buena idea.

9:35pm. Caminando en la calle McDougal. No sabía que tenían un Baluchi’s aqui (cocina India). Ahora frenta a Cuba; cuantos recuerdos guarda ese lugar. No estoy caminando derecho, no sé si la gente lo nota; que cosas digo, si mi estado va perfectamente con este lugar. La banda está tocando son y el mismo señor de siempre (que por cierto es dominicano) está haciendo cigarros cerca de la ventana. Quiero entrar pero no creo que mis calizos y mochila sean adecuados. Odio lo que me hizo. Extraño aquellos tiempos, los buenos momentos que pasamos en ese bar, entre risas y mojitos.

10:00pm. No puedo escribir en el tren. Mi caligrafía se está tornando ilegible. Quiero llorar pero no sé porqué. Estoy cansada. Llegaré a casa y todo será igual a este momento en el tren, sola. Falta una hora para llegar. Todo sería más fácil si lograra desaparecer; no tendría que preocuparme por nada como tampoco decidir qué hacer con mi vida. Bajo tierra no hay preocupaciones. Quiero llorar pero no quiero. Son las 10:10, pasada la calle 60. De repente tengo una imagen de alguien arrancándome el corazón, unas manos enormes acercándose a mi y jugando con mis adentros como si fuera un juego de niños, masilla o algo parecido. Excelente. Acabo de notar que he pasado la calle 90. Estoy en el maldito tren A camino a Washington Heights; y yo que pensaba llegar a casa temprano...

10:20pm. En Harlem, calle 125. A esperar otro tren para volver downtown. Cuánto calor hace en esta estación. Mi amiga me llama pero lamentablemente no me escucha mientras hablo y hablo del estúpido recorrido que he hecho; me dice que la llame en cuanto llegue a casa. Se cortó la llamada. Hay un tipo frente a mi en el tren; no se ve mal. Sólo quiero un abrazo, alguien que me abraze y pretenda entenderme. Parece que es dueño de un gato o perro ya que tiene la camisa llena de pelos.

10:35pm. Calle 34 - Penn Station. ¡¡Que vaina...coñ-!! La calle 23 y 8va avenida. Seguí bajando en el tren sin darme cuenta. Qué diablos me pasa. Las 10:45 y yo en busca de otra estación, que bien.

11:10pm. Roosevelt Avenue, Queens. Ya falta poco. Me siento mejor. Quiero dormir.

11:40pm. He llegado a casa.

miércoles, 19 de julio de 2006

Carta al mar

Buscando entre mis archivos encontré esta carta que escribí hace unos años:

Hoy estás inquieto. Te invade el enojo y te consume la rabia. Mis pies anhelan sentirte pero tus olas embravecidas vienen hacia mí con tal fuerza que debo huir y conformarme con la humedad de la arena. Desahogas tu furia con los riscos, como si ellos fuesen los culpables de tu enojo. Tal vez lo son. Quizás hayan albergado en sus brazos alguna sirena que ha perdido su norte, eso debe ser. Sé cuán celoso eres; te aferras a todo lo que, según tú, sólo puede existir a tu lado. ¿Cómo será ella? Sé que no permites que ojo alguno conozca una de tus amantes. Cuan afortunadas son ellas, las musas que inspiran tu canto. Las imagino como reinas en su palacio azul, danzando al compás de tu ritmo y fraguando sueños marinos. Cómo no amar la paz que posee la profundidad de tus aguas, ese silencio que emana de tu vientre. Quien te viera en este instante no desearía ser parte de ti, mas yo sé que esa turbulencia es sólo un disfraz, una forma de cuidarte del mundo exterior, de proteger a tus sirenas y todo el esplendor que encierras. A mi no puedes engañarme.

¿Que te han hecho, de qué forma de han herido? El vaivén de tus olas gritan ansiosas y en su desespero parecen querer escapar, buscando refugio en la arena, sin saber que en ella sólo encontrarán su final. ¿Acaso es eso? ¿Será que ellas quieren partir, fenecer en la tibia morada de la playa, de la arena cocida por el sol? ¿Será esa tu furia? ¿Será que no quieres compartirlas con la tierra? Sí, tu amor hacia ellas te ha hecho enloquecer y tratas de detenerlas, de traerlas de vuelta, olvidando la imposibilidad de detener el tiempo y el destino, pues todo debe seguir su curso, y aunque te quedes con algunas, al final muchas habrán partido. Comprendo tu furia, o más bien, tu tristeza. Crees que al afligirte eres débil, y niegas a aceptar que tu majestuosidad pueda caer en debilidad, sin percibir que el enojo y el resentimiento hace más honda la pena. Sé cuanto duele perder aquello que se ama pues siempre se termina perdiendo parte de uno mismo. Así como en cada ola se va un amor, un amigo, se va también parte de tu esencia y esa parte de ti que se va, deja de pertenecerte para entonces fundirse con la tierra. Ahora debes compartirla, será tuyo su pasado mas su futuro será del sol, de las huellas plasmadas por un instante en la arena, de los caracoles que habitan la ribera, así como las algas que estarán a su encuentro con su nueva vida; pero esto no debe ser motivo de tristeza, aunque se extravíen algunas olas y se escapen sirenas, no dejas de ser hermoso.

Mírate ahora. Hasta el sol quiere ser parte de ti. ¿Acaso no ves como se acuesta despacio, como lentamente se esconde en tu regazo ofreciéndote a cambio un festín de colores, queriendo compensar tu abrazo con nubes púrpuras y arcos luminosos que se reflejan sobre tu faz? ¿ Acaso crees que las gaviotas vienen aquí por la arena o el poniente? No, vienen a contemplarte. Ellas también quieren ser tuyas, mas no cuentan con la dicha de los delfines o los corales. Se conforman con extender sus alas sobre tu cuerpo, contemplar en silencio tu grandeza y poseerte tan sólo con sus ojos. ¿Por qué crees que Alfonsina se fue tras de ti? Ella, al igual que yo, estaba cansada de esta absurda realidad que desconoce de quietud y sosiego; realidad que aspira a parecerse a ti, y que tú, a pesar de rodearla, detestas. Por eso te enfureces cuando intentan quitarte lo que es tuyo, cuando violentan tu lecho. Ellos no te ven como ella pudo verte, de la misma manera en que hoy te veneran mis ojos. Déjame ser una de tus amantes, olvida aquella sirena, aquellas olas y tómame. Déjame ser parte de tu historia, calma con mis besos tu furia y dame la paz que me niega esta tierra.

20 de mayo de 2001
(Foto tomada desde la playa Sosúa en Rep. Dom., 2006)