sábado, 16 de diciembre de 2006

Extrañamente, diciembre

Faltan nueve días para navidad y sin embargo parece que estamos en plena primavera, salvo por la desnudez de los árboles. Aunque me agrada este clima (y es que el frío y yo no nos llevamos muy bien) al mismo tiempo me aterra pensar las razones detrás de él.

Hablando de navidad, no sé que me pasa pero me falta el espíritu festivo. Tal vez me haga falta escuchar los merengues navideños de mi patria, ver las manzanas y uvas de venta en las calles, asistir a los angelitos y hablar con mi madre de los preparativos para la noche buena. A finales de noviembre puse mi arbolito y estaba muy emocionada con él pero con el paso de los días me ido sumergiendo lentamente en aguas tristes, como hace mucho no hacía. No sé si será la falta de mi gente o el tedio del trabajo y mis clases de nunca acabar pero la verdad es que quiero ver volar esta semana para al fin ser libre y tener todo mi tiempo para mí.

Hoy pienso salir a caminar y disfrutar mí ciudad. Tal vez encuentre algo de alegría en sonrisas extrañas, en las luces decorativas o el aire frío sobre mi rostro.

Aquí les dejo fotos de mi arbolito. Bueno, mejor dicho, de nuestro arbolito por que no es sólo mío; es compartido, como muchas otras cosas en estos últimos meses de mi vida.

domingo, 10 de diciembre de 2006

"Trabajo es trabajo"

Hace unos días alguien me decía, “trabajo es trabajo”. Tuve que cambiar el tema porque según mi amigo, uno no debería hablar del trabajo cuando está fuera de el. Bueno, quizás para él el trabajo no sea mas que eso, trabajo, pero para mi hay mucho más en este afán o necesidad de trabajar. Todos mis trabajos me han llevado a algún lugar, me han enseñado o abierto los ojos a nuevas posibilidades y, lo más importante, por ellos he llegado a conocer personas que de una u otra forma me han marcado o influenciado de alguna manera.

Todos debemos trabajar en algún momento, algunos a temprana edad, otros un poco más tarde, muchos por necesidad u obligación y otros más afortunados por simple gusto. En cuanto terminé el bachillerato decidí que quería trabajar. Mi madre se opuso ya que, según ella, los trabajos interfieren con los estudios y ella temía que me enamorara del dinero y dejara el estudio por un cheque quincenal. Ese diciembre, a mis dieciséis, me lancé a las calles a preguntar en tiendas si necesitaban ayuda para la temporada navideña. Nunca había trabajado así que no contaba con experiencia alguna por lo cual se me hizo muy difícil encontrar empleo. Conseguí trabajo envolviendo regalos en una tienda de Santiago, Almacenes El Encanto. Por dos semanas envolví platos, camisas, accesorios, juguetes y, hasta chocolates. Fue una experiencia horrible a la cual le debo una gripe que no me permitió cenar con mi familia en noche buena y mis dotes para envolver regalos (me encanta hacerlo y no lo hago nada mal). Desde entonces dije que jamás tomaría un trabajo temporal, mucho menos en tiempos de navidad. Trabajé de ocho de la mañana hasta casi las nueve de la noche todos los días. Mi madre pensó que no sobreviviría y le daba mucha pena conmigo cada noche que pasaba a buscarme. Pero, terca y orgullosa al fin, no le daba la razón y a todos les hacía entender que era lo suficientemente fuerte como para aguantar tantas horas de trabajo. Con la llegada del año nuevo se terminó mi primera experiencia laboral y me dediqué a estudiar.

Siempre quise ser autosuficiente e independiente; es por ello que durante mis primeros semestres en la universidad nuevamente sentí la necesidad de trabajar. No soportaba pedirles dinero a mis padres para libros, ropa y otras cosas. Cuando supe la noticia de que abrirían una sucursal de los Supermercados Nacional en Santiago inmediatamente llené una solicitud. Comencé como cajera del supermercado pero poco tiempo después me trasladaron a la librería que era donde yo realmente quería estar. Fue sin duda una de las mejores experiencias, el trabajo que más he disfrutado y del cual tengo muchos lindos recuerdos. En el Nacional fue donde conocí a Luisa, una de mis mejores amigas y madre de uno de mis ahijados (aunque aún no hemos bautizado a Carlos José). Uno de los recuerdos que más me hace sonreír es la fascinación que tenía por el encargado de cajas. Luís pasaba todos los días por cada cajera para verificar que tenían cambio suficiente. Cada vez que se acercaba la hora, me ponía nerviosa con pensar que Luís estaría frente a mi. Muchos sabían lo que sentía por él (por cierto, él tenía novia) ya que era bastante obvio. Apenas lo tenía cerca y sin querer me ruborizaba. El mismo Luís lo notaba y me hacía sentir peor ya que no sólo pasaba a preguntarme si necesitaba cambio sino que preguntaba cómo estaba y me sonreía, como para ver mi reacción y disfrutar de mis nervios cuando titubeaba al hablarle. Realmente era vergonzoso ya que llegué al punto en que hasta las rodillas me temblaban y me convertía en una inútil cuando estaba cerca. En esto me pasé más de un año, esperando los momentos en que Luís pasara por mi caja y conversara conmigo. Nunca pasó nada, fue una relación platónica, el encantamiento de una niña que todavía soñaba con príncipes azules. El amor habría de llegar mucho después. Cuando decidí dejar la librería para trabajar en una oficina de abogados todavía soñaba con Luís; lo habían trasladado a otra tienda pero de vez en cuando pasaba por la librería a saludarme. Yo igualmente le devolvía la visita al pasar por la juguetería dizque a ver la nueva mercancía.

La decisión de buscar trabajo en una oficina legal fue por el hecho de que estaba estudiando derecho. De no ser por eso me hubiese quedado en la librería donde tenía tiempo de leer cuantos libros quisiera y donde realmente era feliz. A veces me pregunto que hubiera sido de mi vida si me hubiese quedado en la librería pero, en ese entonces estaba convencida de que si estaba estudiando derecho lo correcto era estar rodeada de abogados, de envolverme en ese mundo para no ser una extraña en él al momento de graduarme. Estuve de recepcionista, trabajando de ocho de la mañana a seis de la tarde para luego ir a la universidad hasta las diez, de lunes a viernes. No fue fácil; mis notas bajaron y no pude rendir tanto como cuando trabajaba en la librería. Mi madre se oponía a que trabajara en el bufete pero mi terquedad no me permitía hacer lo contrario. Fue mi primer y único trabajo como recepcionista. No sé como pero después de un par de semanas se me hizo fácil manejar las quince líneas de teléfono mientras atendía a quienes llegaban. Quizás el momento en que comencé a trabajar en la oficina no fue el ideal debido a mis estudios pero no me arrepiento ya que aprendí muchísimo y tuve la oportunidad de rodearme con gente de todos los niveles y, logrando aprender algo de todos, desde las chicas del departamento de contabilidad, a la secretaría administrativa, los mensajeros, los abogados, las chicas del departamento de procesamiento, de ingeniería e incluso, los clientes que llegaban a la oficina con sus propias historias. Luego me trasladaron al departamento de sociedades donde aprendí todo lo que sé sobre sociedades comerciales; al mismo tiempo asistía a una de las abogadas con los casos de préstamos y embargos. Fue una experiencia enriquecedora y en poco tiempo la oficina se convirtió en mi segundo hogar, lugar donde me sentía cómoda y donde encontré amistades que aún conservo hoy día. Son muchos los recuerdos y fotografías que conservo de ese tiempo. Son muchas las sonrisas y lágrimas compartidas, las cuales recuerdo con cariño y un dejo de nostalgia.

Me dolió mucho dejar la oficina cuando lo hice pero ya era tiempo de extender mis alas y volar a otros horizontes. Me había desencantado mucho del derecho ya que mis viajes al tribunal y el mismo trabajo me demostraron que el derecho, aunque hermoso en teoría, en la práctica es un ejercicio algo sucio, y más en un país donde pocos derechos se respetan y donde el que tiene más compra o vende la justicia a su conveniencia. No sé si las cosas han cambiado, cuando dejé a mi país las cosas habían mejorado un poco pero al parecer han empeorado y el país ha dado marcha hacia atrás en los últimos cinco o seis años. En fin, quise hacer algo diferente, quise vivir otras experiencias y como siempre quise volver a los Estados Unidos, específicamente Nueva York, donde nací, decidí que era tiempo.

Dejé mi casa para al fin ser independiente o por lo menos intentarlo. Mi experiencia en el bufete me permitió obtener un trabajo en una universidad de Nueva York, apenas dos o tres semanas después de llegar y poco después de lo acontecido con las torres gemelas el once de septiembre. Aún estoy en el mismo trabajo, cinco años después. Como todos mis trabajos anteriores, he aprendido mucho de éste, mucho más de lo que esperaba; sin embargo, ya me ha llegado la hora de nadar en nuevas aguas. No sé dónde terminaré, no sé realmente cuando podré dejarlo; lo que sí sé es que donde sea que vaya, me espera mucho por aprender y vivir.

En cada trabajo he tratado de dar lo mejor de mí, de absorber todo cuanto me rodea y de alguna manera dejar huellas, así como las que han ido dejando las personas que he conocido en mi largo caminar. Trabajo es trabajo, sí, pero es también parte de uno mismo, algo que nos ayuda no sólo a pagar las cuentas a final de mes sino a ser mejor, a darnos las armas necesarias para sobrevivir dentro de una sociedad. Cada experiencia es y será distinta, todo depende de cuánto sepamos utilizar esas largas horas de jornada, de cómo apreciemos las oportunidades que ellas a veces nos brindan.

Mañana es lunes… otra vez a lo mismo (pues claro que el tedio es también parte del trabajo).