Hoy he estado limpiando mi clóset, sacando todo lo que ahora mismo no me sirve y que sé tampoco me servirá, aun cuando rebaje las 20 libras que tengo de más. ¿Para qué engañarme? Mi cuerpo jamás será el mismo, aunque me inscriba en un gimnasio y empiece una dieta no es verdad que podré volver a usar alguna pieza talla extra small; ni siquiera antes del embarazo podía; me había quedado con esa ropa para impulsarme a bajar de peso y volver a ser como antes. Sin embargo ahora, después de unos añitos de más, un lento metabolismo y un embarazo, me he resignado a que nunca tendré el cuerpo de hace cinco o seis años. Y si, sé que todo esto suena superficial, sin significancia alguna pero en cierta forma todo esto representa otra parte de los cambios que me toca vivir, no sólo en lo físico sino también en lo emocional. Despejar el clóset es mi manera de aceptar estos cambios, de despedirme de una parte de mi pasado al cual me he aferrado, de dejar de sentirme atiborrada y comenzar esta etapa de mi vida con nuevos bríos. Y no es que pretenda dejar de ser quien soy (esto es otro tema al que no puedo entrar porque no terminaría nunca) sino aceptar que el tiempo pasa y algunas cosas no pueden prolongarse por siempre; que tarde o temprano hay que dejar de correr, detenerse, tomar un poco de aire y mermar el paso. Quién sabe, tal vez así se aprecie mejor el camino.