A esta hora me había imaginado en casa, recogiendo el desastre que dejé al salir, concluyendo con la tediosa labor de vaciar maletas y colocar ropa y otras cosas en su lugar. Estaría de vuelta a casa, que aunque no sea el apartamento más acogedor y cómodo, al fin y al cabo es casa. Es allí donde están nuestras pertenencias, cosas materiales sí, pero nuestras; y es que por mas cómodo que se esté en un lugar, uno siempre prefiere lo suyo. Esto también incluye la rutina, el día a día al que se esta acostumbrado, el entorno donde uno sabe manejarse, los problemas con los que uno sabe lidiar. Ya tengo más de un mes fuera de casa y he comenzado a sentirme incómoda, como fuera de lugar, un trompo sin rumbo: vueltas, vueltas y vueltas.
Mi vuelo estaba previsto para ayer pero hace una semana me agarró el dengue. Qué suerte, no? Ya me encuentro mucho mejor pero pasé unos días con fiebre y un dolor de cabeza horrible. Ahora se encuentra Lucía enferma. El jueves en la noche no dormí pensando que quizás ella también tenía dengue, me sentía culpable por descuidarla, por no estar a su lado matando cada mosquito que se le acercara. Suena un poco exagerado, lo sé, pero cuando se es madre uno quisiera tener súper poderes para evitar cualquier mal que pueda acercarse a nuestros pequeños. Esa noche no pude pegar un ojo, pase largo rato caminando de una esquina de la habitación a otra, torturándome a mi misma con pensamientos fatales. Pero ya todo pasó. Mi niña se esta recuperando y mi dengue, creo, se ha ido por completo; esta tarde me haré un hemograma para confirmarlo.
Ahora toca reposo y tratar de hacer todo aquello que iba quedar pendiente de no ser por el inesperado cambio de plan.