Anoche,
mientras contemplaba la llegada de mis 33 años, estaba insegura en cuanto a lo
que sentía; no sabía si estar contenta o triste, satisfecha o inconforme. Había
cierta indiferencia pero al mismo tiempo una necesidad de autoanalizarme, de
sopesar logros y fracasos, cosas por cambiar o no. Al final no llegué a una conclusión
y preferí intentar conciliar el sueño.
Hoy día
todo sigue igual que ayer y aquellos que antecedieron. Mi vida parece anclada a
una rutina de la cual se me hace difícil escapar. La ciudad de Nueva York
amaneció soleada y el clima prometedor; sin embargo, hoy no habrá caminatas por
el parque, fotos o celebraciones. Llegará la noche y todo seguirá en el mismo
lugar.
Permanencia.
Así describiría este año. Creo que he
llegado a un punto en mi vida donde ciertas prioridades están explícitamente
marcadas (quiera o no) y poco a poco me voy rindiendo ante ellas, aceptándolas
como mi realidad en vez de vivir en constante guerra. He alzado una bandera
blanca y hoy día me siento más en paz conmigo misma. Sigo con los mismos sueños
y anhelos pero ha mermado la intensidad con que los perseguía. No sé si será lo
mejor pero debo darme tiempo; así por lo menos aseguro un poco de tranquilidad
y estabilidad emocional. No puedo hacerlo todo y aunque me entristezca
aceptarlo, lo importante es no perder la capacidad de soñar, de ver la vida a
través de los ojos de esa mujer y niña que una vez fui, recordar el camino a
ellas en su debido momento y no dejarlas morir en el olvido. Creo que ese es mi
deseo para este cumpleaños.