He intentado volver de a poquito al blog pero en estos días le he tomado horror al teclado. Por tal motivo, les dejo con un viejo texto, mi primer intento de narrativa. Obviamente, no tengo dotes para el cuento pero quise salvar este texto del cajón del olvido ya que me trae lindos recuerdos de la época en que surgió. Quizás el pensar en aquella época me motive a escribir.
La perdida
Con pasos lentos recorres la misma calle. Sientes el frío quemar tu piel y el viento que despeina tus cabellos. Te detienes un momento debajo del único faro de luz que habita la oscuridad del lugar y contemplas el cielo, mientras tu mente vuela lejos, hacia aquel día en que escapaste.
Tardaste toda la semana en preparar la fuga. Llenaste la mochila con tus pertenencias más preciadas: el diario, las cartas y un par de libros, ellos representaban tu vida. Ya no aguantabas más. Cansada de tener que ser siempre la niña buena y sumisa, tomaste un poco de dinero y marchaste hacia la puerta. La idea era nunca más volver ni mirar hacia tras. Sí, sin duda fue un viaje sin regreso. Siempre exigieron más de lo que podías dar y no comprendían que al igual que ellos eras humana y sobre todo una mujer; una mujer que siente y que anhelaba vivir cosas nuevas. Ya no soportabas esa sociedad hipócrita que todo esconde detrás de un nombre o de una reputación. Un pueblo que hace alarde de su fe implacable y su “benevolencia” ante los marginados, pero que esconde tras de sí alguna historia oscura Así cualquiera es bueno ante los ojos de Dios, pero tu no querías ser buena ante los ojos de nadie. Querías ser tu misma.
Dijiste que ibas a estudiar, ese era el pretexto para escapar esa mañana de aquella mentira en que se había convertido tu vida. El camino que forjaste ese día apenas comenzaba. Cómo imaginar el giro que daría tu vida. Vagaste por muchas calles, llevaste una vida bohemia y hasta te convertiste en poeta, todo te inspiraba. Te hiciste amiga de los perros y de la noche. Dormías tranquila, sin ningún tipo de remordimiento haciendo todo cuanto querías sin importar si te juzgaban o no. Seguías tus instintos, los cuales te llevaban por caminos desconocidos por ti hasta entonces y que disfrutaste a plenitud.
En tu casa te extrañaron y conocías el dolor que le causabas. También sabías que te buscaban, pero nada te haría regresar. No querías dejarte vencer por alguna repentina debilidad. Te considerabas una mujer fuerte, al menos esa es la imagen que querías proyectar o con la cual te engañabas a ti misma. Todo el pueblo salió a la calle detrás de alguna señal o huella que le confortaran o por las cuales pudieran deducir la verdad de tu extraña desaparición. Nada, nunca encontraron tu cuerpo, nadie jamás te volvió a ver. Parecía haberte tragado la tierra. - La pobre niña, tan dulce y tierna- decían todos. Cómo no ganarte su cariño si eras la decencia y pureza personificada.
Esperaron por horas, días y semanas. Tu foto apareció en la prensa y debajo, en letras grandes, decía: PERDIDA. Leyendo el periódico te burlabas de tu astucia, pues te habías salido con la tuya, pero poco imaginabas que en el afán de ser independiente en verdad te perderías. Después de tanta espera ofrecieron una misa por tu muerte. Estuviste allí, aunque irreconocible, para ver el rostro de aquellos los que te amaban y de los que incluso sorprendiste con una cínica sonrisa y sollozo fingido. A veces pienso que fue tuyo el cinismo. La vida era buena y te sonreía por lo que pensabas que no era el momento para dejar tu libertad. Compartías tu soledad con cualquiera y recorriste el mundo sin inhibiciones ni prejuicios. Eras feliz, o al menos eso creías. En el camino perdiste toda vergüenza, pudor e incluso tu dinero. De repente tu ansiada libertad llegó a su fin y te convertiste en esclava de tu propia condena.
Ahora estás aquí, sola en estas calles vacías, esperando pacientemente a que pase la jornada y comience el nuevo día, el cual será igual a todos. Divisas una luz lejana que se acerca y te arreglas el pelo, desteñido ya por el tiempo. Arreglas tu falda y te bajas el escote. El auto se detiene y el chofer te hace una señal, la cual entiendes sin ninguna dificultad. Subes al carro, sonríes, y observas por un instante al hombre a tu lado. Tiene buena apariencia y te sientes confiada, pues con suerte este cliente pagará bien, y todo a cambio de un poco de placer.
24 de marzo de 2001
Joanne, cuántos recuerdos bonitos me trae este cuento. Me acuerdo de nuestras tardes de sábado en la PUCMM, de los cuentos que me diste a leer, de tu timidez, de cuando te sonrojabas, de cómo fuiste participando y haciéndote necesaria para todos... de cuando te marchaste.
ResponderEliminarLeí este relato hace tiempo y recuerdo que aquella vez te comenté que tu prosa es muy fluida, te sale natural, sin amaneramientos, y eso lo vuelvo a sentir ahora. Qué bonito volver a leer los relatos de entonces.
Hola Ro,
ResponderEliminarGracias de corazón. Este pequeño relato es especial para mi porque me acuerda de precisamente, eso, nuestras reuniones sabatinas. Cuánta falta me hacen!!!
Un abrazote amiga,
Joanne
¡ Que gesto!...
ResponderEliminar* Sonrisa...