Ayer me despertó una extraña luz que penetraba mi habitación, algo semejante a las llamas de un fuego ardiente, al rojo tibio del atardecer. Eran casi las siete de la mañana, tarde ya para el alba. Pero era él, el sol escondido en el horizonte y un flujo de nubes que le seguían. Las nubes parecían furiosas, como si el cielo se hubiese incendiado, dejando la humareda para cubrir la tierra. Quería permanecer ahí, maravillada, pero sabía que en cuestión de segundos las nubes desaparecerían para dar paso al azul. Tomé mi cámara y con ella detuve el tiempo. No me he cansado de mirar las fotos. Cuán agradecida estoy de haber despertado en el momento oportuno, de haber sido testigo de tanta belleza.



