Si me preguntas qué ha sido de mi vida estos últimos meses, sonreiré y te diré que últimamente mi vida está hecha de momentos. Uno tras otro se han ido acumulando, creando una dulce rutina ante la cual me he rendido y aceptado porque, hasta ahora, es la única que me ha hecho verdaderamente feliz. Si me pides describir uno de esos momentos te sorprenderás de su simpleza e insignificancia, de lo común y trivial que se han convertido mis días.
Cierro los ojos y todavía puedo sentir su calor. El juego de fútbol en la tele y él acostado sobre el mueble. Hacía frío y me sentía cansada. Queriendo estar cerca busqué cobijo entre sus brazos y poco a poco fui quedando dormida. No sé si dormí por media hora, quizás algo más, pero lo que si sé es que al despertar y ver sus ojos quise llorar; no por miedo o por tristeza, sino por la sencilla razón de tenerlo a mi lado, de sentir su cuerpo cerca del mío y sentir su corazón, por la certeza de lo que siente, por lo que percibo en su mirada.
Son esos breves instantes, como el llegar a casa y ser recibida por sus brazos y sonrisa; el sentarnos a cenar cada noche mientras hablamos de trivialidades; compartir un café en las mañanas; o, el llamarnos por teléfono para escuchar un simple “hola”. Son esos momentos y pequeños detalles (como el comprar helado de piña que tanto me gusta cuando sé que prefiere tal vez chocolate o fresa) los que hoy día mantienen una sonrisa en mis labios, los que me regalan la paz y tranquilidad que necesito. Y sí, a veces me preocupo porque siento que los días van corriendo y detrás van quedando las mil y una cosas que he tenido pendiente o he querido hacer; a veces siento miedo porque siento que estoy perdiendo una parte de mi, dejando a un lado todo lo que hace meses me importaba. Pero, cuando al final del día siento su abrazo me siento tranquila, todo puede esperar ya que lo que importa es el ahora, este momento en que, mientras escribo, no logro dejar de sonreír porque él está a diez pasos de mi y de vez en cuando lo miro y le hablo en silencio. Mañana mi día no será muy distinto al de hoy y no me importa; no me importa esta dulce rutina de la cual él forma parte ya que espero con ansiedad cada momento, cada instante en que construyo un nuevo recuerdo y alimento mi vida de nuevas alegrías.
Cierro los ojos y todavía puedo sentir su calor. El juego de fútbol en la tele y él acostado sobre el mueble. Hacía frío y me sentía cansada. Queriendo estar cerca busqué cobijo entre sus brazos y poco a poco fui quedando dormida. No sé si dormí por media hora, quizás algo más, pero lo que si sé es que al despertar y ver sus ojos quise llorar; no por miedo o por tristeza, sino por la sencilla razón de tenerlo a mi lado, de sentir su cuerpo cerca del mío y sentir su corazón, por la certeza de lo que siente, por lo que percibo en su mirada.
Son esos breves instantes, como el llegar a casa y ser recibida por sus brazos y sonrisa; el sentarnos a cenar cada noche mientras hablamos de trivialidades; compartir un café en las mañanas; o, el llamarnos por teléfono para escuchar un simple “hola”. Son esos momentos y pequeños detalles (como el comprar helado de piña que tanto me gusta cuando sé que prefiere tal vez chocolate o fresa) los que hoy día mantienen una sonrisa en mis labios, los que me regalan la paz y tranquilidad que necesito. Y sí, a veces me preocupo porque siento que los días van corriendo y detrás van quedando las mil y una cosas que he tenido pendiente o he querido hacer; a veces siento miedo porque siento que estoy perdiendo una parte de mi, dejando a un lado todo lo que hace meses me importaba. Pero, cuando al final del día siento su abrazo me siento tranquila, todo puede esperar ya que lo que importa es el ahora, este momento en que, mientras escribo, no logro dejar de sonreír porque él está a diez pasos de mi y de vez en cuando lo miro y le hablo en silencio. Mañana mi día no será muy distinto al de hoy y no me importa; no me importa esta dulce rutina de la cual él forma parte ya que espero con ansiedad cada momento, cada instante en que construyo un nuevo recuerdo y alimento mi vida de nuevas alegrías.