Búsqueda fútil hacia la nada.
El vacío es aquello que ya conozco.
martes, 26 de febrero de 2008
Subway
Una hora de ida, otra de vuelta, cinco días a la semana. Aproximadamente 520 horas viajando en metro durante el año, sin tomar en cuenta el tiempo para ir de compras, salir a pasear y las horas perdidas por andar distraída o peor aun, por quedar dormida y dejar pasar una parada tras otra para de nuevo esperar el tren y hacer el mismo recorrido al revés.
Genial, acaba de irse el F. Un minuto antes y hubiese llegado puntual a la oficina.
Un minuto. Quién diría que tan poco tiempo implicaría gran diferencia. Un minuto en hora subway es la diferencia entre llegar al trabajo sosegada, con tiempo incluso de tomar un café, a llegar con el corazón a millón después de correr para poder recuperar los minutos perdidos y tener que soportar la mirada acusadora de mis colegas.
El E. Mejor tomarlo porque quién sabe cuando llegará el F.
No hay mejor excusa como el tren para cuando se llega tarde. Tampoco hay mejor lugar como éste para empezar el día de mal humor. ¿Será que este señor no me ve o acaso me ignora? Entre su espalda y la puerta del vagón no queda más que mantenerme estática. Se equivoca quien considere el metro un viaje placentero, aunque la situación es distinta siempre y cuando no se ande en pleno rush hour. Entonces se puede viajar tranquilo, leer el periódico con la misma placidez que en casa solo que, en vez del ruido irritante del televisor, hay toda una amalgama de entretenimiento gratis y en vivo.
Roosevelt Avenue.
Abren las puertas y rápidamente intento tomar un poco de aire pero un codo golpea mi espalda, no puedo voltearme porque el señor en frente de mí va sujetado del brazo y, de mover la cabeza no podré enderezarla sin rozar mi nariz sobre sus axilas. Y pensar que la próxima parada está a unos quince minutos. La desgracia del tren express. Mejor permanezco quieta. A mi lado izquierdo solo escucho un rap desde unos audífonos, los cuales, al parecer, cada día son hechos de peor calidad porque no hay persona que escuche música sin compartirla con todos, quieran o no. En ese sentido esta cuidad es extraña y contradictoria. Aquí no se comparte nada, la gente normalmente no saluda, no le gusta ser molestado con la música ajena y es centinela de su privacidad. Sin embargo, subes al tren y te encuentras con que nada de eso existe dentro del vagón, allí somos otros. De repente somos más tolerantes, no reclamamos a quien lleva la música alta, socorremos a quien está a punto de caer con el remeneo del tren, compartimos el periódico con quien tenemos al lado y aceptamos el roce de otros cuerpos con sorprendente naturalidad.
Queens Plaza.
Más gente. La desesperación por llegar definitivamente nos hace más transigentes. ¿O será que las luces fluorescentes nos bloquean parte del cerebro? Dudo que en otro lugar estemos dispuestos a soportar tantos pormenores para arribar a un lugar. Necesito aire. Falta unos minutos para entrar a Manhattan, entonces se vaciará el vagón y podré, por lo menos, mover las piernas. Ya cuando hay espacio podemos fijarnos en los demás (sin mirarlos a los ojos, claro) y encontrar en cada rostro un poco de Nueva York. Cada faz es una historia nueva, cada sonrisa una alegría que en cierto modo nos conforta, cada mirada que se pierde un pensamiento que nos lleva a imaginar un sin fin de posibilidades, cada…
42nd Street.
Cuán rápido se avanza cuando no se está pendiente. ¿Por dónde iba? Sí, por US$2.00 el subway sirve de guía turística, llevándote desde Coney Island al estadio de los Yankees en el Bronx, o al Shea de los Mets en Queens, así como tomar al ferry desde Manhattan para llegar al olvidado Staten Island. Los diseños de cada estación reflejan un poco la cultura que predomina en el área, así como su mantenimiento (en especial la cantidad de óxido que baña sus paredes) dice algo del nivel de ingreso o relevancia del sector para la cuidad.
34th Street. Transfer to local R.
Hay estaciones que no dicen nada, como ésta en que sólo ves bolsas de tiendas comerciales y turistas, aunque a tan temprana hora sólo sirve para trasladarse de un tren a otro. Me vence el sueño. Muchos de los presentes llevan los ojos cerrados, es difícil no hacerlo cuando conoces el trayecto de memoria y no puedes hacer más que mirar el suelo o cerrar los ojos si no llevas algo de leer. En mi caso, estoy tan acostumbrada al vaivén del tren que desde que me siento no puedo evitar dormir…
8th Street.
Por poco quedo dormida. 9:14AM. Es tarde, a caminar de prisa. Dejar atrás el mundo del subway para integrarme a Manhattan donde, al igual que el tren, nos acomodamos a un horario y modo distinto de proceder.
Genial, acaba de irse el F. Un minuto antes y hubiese llegado puntual a la oficina.
Un minuto. Quién diría que tan poco tiempo implicaría gran diferencia. Un minuto en hora subway es la diferencia entre llegar al trabajo sosegada, con tiempo incluso de tomar un café, a llegar con el corazón a millón después de correr para poder recuperar los minutos perdidos y tener que soportar la mirada acusadora de mis colegas.
El E. Mejor tomarlo porque quién sabe cuando llegará el F.
No hay mejor excusa como el tren para cuando se llega tarde. Tampoco hay mejor lugar como éste para empezar el día de mal humor. ¿Será que este señor no me ve o acaso me ignora? Entre su espalda y la puerta del vagón no queda más que mantenerme estática. Se equivoca quien considere el metro un viaje placentero, aunque la situación es distinta siempre y cuando no se ande en pleno rush hour. Entonces se puede viajar tranquilo, leer el periódico con la misma placidez que en casa solo que, en vez del ruido irritante del televisor, hay toda una amalgama de entretenimiento gratis y en vivo.
Roosevelt Avenue.
Abren las puertas y rápidamente intento tomar un poco de aire pero un codo golpea mi espalda, no puedo voltearme porque el señor en frente de mí va sujetado del brazo y, de mover la cabeza no podré enderezarla sin rozar mi nariz sobre sus axilas. Y pensar que la próxima parada está a unos quince minutos. La desgracia del tren express. Mejor permanezco quieta. A mi lado izquierdo solo escucho un rap desde unos audífonos, los cuales, al parecer, cada día son hechos de peor calidad porque no hay persona que escuche música sin compartirla con todos, quieran o no. En ese sentido esta cuidad es extraña y contradictoria. Aquí no se comparte nada, la gente normalmente no saluda, no le gusta ser molestado con la música ajena y es centinela de su privacidad. Sin embargo, subes al tren y te encuentras con que nada de eso existe dentro del vagón, allí somos otros. De repente somos más tolerantes, no reclamamos a quien lleva la música alta, socorremos a quien está a punto de caer con el remeneo del tren, compartimos el periódico con quien tenemos al lado y aceptamos el roce de otros cuerpos con sorprendente naturalidad.
Queens Plaza.
Más gente. La desesperación por llegar definitivamente nos hace más transigentes. ¿O será que las luces fluorescentes nos bloquean parte del cerebro? Dudo que en otro lugar estemos dispuestos a soportar tantos pormenores para arribar a un lugar. Necesito aire. Falta unos minutos para entrar a Manhattan, entonces se vaciará el vagón y podré, por lo menos, mover las piernas. Ya cuando hay espacio podemos fijarnos en los demás (sin mirarlos a los ojos, claro) y encontrar en cada rostro un poco de Nueva York. Cada faz es una historia nueva, cada sonrisa una alegría que en cierto modo nos conforta, cada mirada que se pierde un pensamiento que nos lleva a imaginar un sin fin de posibilidades, cada…
42nd Street.
Cuán rápido se avanza cuando no se está pendiente. ¿Por dónde iba? Sí, por US$2.00 el subway sirve de guía turística, llevándote desde Coney Island al estadio de los Yankees en el Bronx, o al Shea de los Mets en Queens, así como tomar al ferry desde Manhattan para llegar al olvidado Staten Island. Los diseños de cada estación reflejan un poco la cultura que predomina en el área, así como su mantenimiento (en especial la cantidad de óxido que baña sus paredes) dice algo del nivel de ingreso o relevancia del sector para la cuidad.
34th Street. Transfer to local R.
Hay estaciones que no dicen nada, como ésta en que sólo ves bolsas de tiendas comerciales y turistas, aunque a tan temprana hora sólo sirve para trasladarse de un tren a otro. Me vence el sueño. Muchos de los presentes llevan los ojos cerrados, es difícil no hacerlo cuando conoces el trayecto de memoria y no puedes hacer más que mirar el suelo o cerrar los ojos si no llevas algo de leer. En mi caso, estoy tan acostumbrada al vaivén del tren que desde que me siento no puedo evitar dormir…
8th Street.
Por poco quedo dormida. 9:14AM. Es tarde, a caminar de prisa. Dejar atrás el mundo del subway para integrarme a Manhattan donde, al igual que el tren, nos acomodamos a un horario y modo distinto de proceder.
Sección:
Prosa
lunes, 25 de febrero de 2008
Noches de Cornelia
Esto me llegó vía email. La editora es una querida compañera de estudios.
NOCHES DE CORNELIA / CORNELIA NIGHTS
Book Presentation, Reading and Party.
In celebration of the Bilingual Poetry Readings.
Hosted by Madeline Millán
This anthology presents a multicultural experience of contemporary poets.
Dedicated to Angelo Verga
Wednesday March 26th, 2008 / 6:00PM
THE CORNELIA STREET CAFE
29 Cornelia Street, NYC 10014
Information: (212) 989-9319
Cover $7 (includes one house drink)
Book contribution $10
Cornelia's Street and Forth Street
Direction by train: A, C, E, B, D, F, V to Wash. Sq.; 1, 9 to Christopher St.-Sheridan Sq.
For more information go to: http://www.corneliastreetcafe.com/
Sección:
Eventos,
Literatura
viernes, 15 de febrero de 2008
Imposibilidad
Tiempo. La misma queja de siempre. Ahora mismo tengo la cabeza llena de cosas que quiero escribir y contar, mas no puedo. Escribo estas líneas de prisa por la necesidad de desahogarme, por no poder callar otro segundo. Quisiera sentarme a contestar emails, responder a los comentarios del blog, revisar los ejercicios de la universidad… sacar toda esta marea que llevo dentro para poder cerrar los ojos y descansar. Pero no, me esperan los emails infinitos de la oficina, reuniones por organizar y asuntos ajenos a los que debo atender.
Está soleado y el frío ha mermado. Quiero salir. Quiero escribir. Lamentablemente habrá que esperar el fin de semana.
Está soleado y el frío ha mermado. Quiero salir. Quiero escribir. Lamentablemente habrá que esperar el fin de semana.
Sección:
Vida
viernes, 1 de febrero de 2008
Lo cotidiano
La cotidianidad la arropa, la envuelve, la seduce con su abrazo dejándola ansiosa de unas sábanas, de un hueco en el cual perderse, de un disfraz que oculte su invisible llanto.
La locura asecha desde la sombra y ríe, amenaza con poseerla mientras a ella se le agotan las fuerzas y le hastía la inercia, la tortura de existir, ese morir cada día, el deambular con la sangre fría, amanecer todos los días junto al reloj, aquel que dicta cada movimiento y proceder, así como también lo aniquila.
La locura asecha desde la sombra y ríe, amenaza con poseerla mientras a ella se le agotan las fuerzas y le hastía la inercia, la tortura de existir, ese morir cada día, el deambular con la sangre fría, amanecer todos los días junto al reloj, aquel que dicta cada movimiento y proceder, así como también lo aniquila.
Sección:
Prosa
Cruz
Me he cansado de esta lucha, de este querer ser algo que desconozco, de este rechazo a mi misma, a lo que soy o pretendo ser. Cansada de la insuficiencia, de esta nube gris que llevo en el pecho, en la frente, entre los dedos. Cómo seguir con tantas interrogantes, con este cuestionarlo todo, hasta el respirar. Cómo seguir cuando pesa tanto la vida que el sujetarla se hace imposible y uno termina llevándola a empujones, casi por obligación, como una cruz, destino que es menester aceptar.
Me he cansado de esta búsqueda inútil, este empeño por hacer más de lo que pueden mis manos, mi cuerpo. Toda una vida corriendo hacia no sé donde, con la esperanza de que en algún momento habrá una luz, una señal que me indique la salida, el lugar al cual pertenezco. Sin embargo sigo en el mismo trayecto, aquel olvidado por el sol, sin indicios de un final, un porqué. Y en tanto, el cuerpo está exhausto y el corazón herido, sufrido como las rocas en el fondo del río, sin esperanza cierta de algún día ver la claridad, de saborear la libertad.
Me he cansado de esta búsqueda inútil, este empeño por hacer más de lo que pueden mis manos, mi cuerpo. Toda una vida corriendo hacia no sé donde, con la esperanza de que en algún momento habrá una luz, una señal que me indique la salida, el lugar al cual pertenezco. Sin embargo sigo en el mismo trayecto, aquel olvidado por el sol, sin indicios de un final, un porqué. Y en tanto, el cuerpo está exhausto y el corazón herido, sufrido como las rocas en el fondo del río, sin esperanza cierta de algún día ver la claridad, de saborear la libertad.
Sección:
Prosa,
Reflexiones
Suscribirse a:
Entradas (Atom)