De playas y gaviotas

(Foto tomada por Joanne)

Ayer visité la playa. Claro, las playas de Nueva York no pueden compararse a las del Caribe. No quise acercarme al agua. Con el pretexto de que la brisa estaba muy fría, me negué a recorrer su orilla; no quería ver el mar. Y es que las playas de aqui, en vez de alegrarme, me deprimen. Me entristecen porque me acuerdan de las playas en Puerto Plata, del olor a sal y arena que habita el aire, la calidez de las olas, el señor vendiendo cocos bajo una mata, la brisa de los árboles, el canto de las palmas.

Nos sentamos lejos del agua y según mis amigas, estaba como el hielo de fría. El agua es oscura; no tiene la transparencia de las dominicanas donde, en la mayoría, uno puede verse los pies mientras baila con las olas o mientras recoje caracoles, como siempre suelo hacer. En ellas puedo flotar tranquila, con los ojos cerrados mientras el sol recorre mi cuerpo. Aqui nunca entraría al agua, no sólo me aterra la oscuridad de sus aguas sino también aquello que no debería habitar en ellas pero que a causa del hombre están ahí, dañando al mar.

Lo único agradable de Jones Beach (el nombre de la playa) son las gaviotas. A ellas le tomé fotos. Ellas me hicieron sonreír. Siempre he dicho que en otra vida (si es que existe) me gustaría ser gaviota; ella no solomente son libres sino que poseen la playa, los atardeceres y el cielo. Qué más se necesita para ser feliz?