domingo, 29 de enero de 2006
Incomprensible
Sucede que este fin de semana estoy enfadada conmigo misma, molesta por mi incapacidad de ser firme al tomar decisiones, por no saber lo que quiero, por no apreciar las cosas buenas que la vida aveces me pone en el camino. Aveces uno tiene la felicidad en frente y es incapaz de verla por no ser exactamente lo que uno esperaba. No sé si acabo de despedir lo que pudo haber sido mi felicidad y eso me mortifica. Lo hize porque era lo correcto y porque temo herir a quien no se lo merece. Claro, muchas veces hiero a alguien sin querer o sin darme cuenta (soy muy torpe) pero intencionalmente soy incapaz de hacerlo. Asi como no me gusta que jueguen con mi corazón, yo tampoco puedo hacerlo con el ajeno. No podía tomar lo que yo era incapaz de dar. ¿Será que tengo el corazón blindado? ¿Será que soy masoquista y sólo amo aquello que me hiere? ¿Será que disfruto tanto mi soledad que sólo en ella me siento completa, conforme? ¿Como explicar el no querer lo que yo tantas veces decía estar buscando? Estoy confundida, dolida y triste. Lo lamentable de todo esto es que esta vez no puedo culpar a nadie, no puedo quejarme porque yo misma provoqué esta situación, yo misma cerré las puertas a aquello que sabía provocarme una sonrisa, a aquello que me devolvió la confianza en el mundo y me confirmó que en él aún existe nobleza, humildad y gente de gran corazón.
Hay una canción hermosa de Tracy Chapman con la que me identifico mucho y cada vez que la escucho no puedo evitar el sentir algo de tristeza (si, otra vez con mi tristeza...). La estoy escuchando ahora, una tras otra vez.
At this point in my life
I’ve done so many things wrong I don’t know if I can do right
If you put your trust in me I hope I won’t let you down
If you give me a chance I’ll try
You see it’s been a hard road the road I’m traveling on
And if I take your hand I might lead you down the path to ruin
I’ve had a hard life I’m just saying it so you’ll understand
That right now, right now, I’m doing the best I can
At this point in my life
At this point in my life
Although I’ve mostly walked in the shadows
I’m still searching for the light
Won’t you put your faith in me
We both know that’s what matters
If you give me a chance I’ll try
You see I’ve been climbing stairs but mostly stumbling down
I’ve been reaching high always losing ground
You see I’ve been reaching high but always losing ground
You see I’ve conquered hills but I still have mountains to climb
And right now right now I’m doing the best I can
At this point in my life
Before we take a step
Before we walk down that path
Before I make any promises
Before you have regrets
Before we talk commitment
Let me tell you of my past
All I’ve seen and all I’ve done
The things I’d like to forget
At this point in my life
At this point in my life
I’d like to live as if only love mattered
As if redemption was in sight
As if the search to live honestly
Is all that anyone needs
No matter if you find it
You see when I’ve touched the sky
The earth’s gravity has pulled me down
But now I’ve reconciled that in this world
Birds and angels get the wings to fly
If you can believe in this heart of mine
If you can give it a try
Then I’ll reach inside and find and give you
All the sweetness that I have
At this point in my life
At this point in my life
jueves, 26 de enero de 2006
Dos cuerpos
domingo, 22 de enero de 2006
Perdido
sábado, 21 de enero de 2006
Para cuando no entendamos al corazón...
Gracias Joel por regalarnos tan hermosas palabaras.
En ese mar infinito en que navegas, llevas contigo siempre la brújula de tu corazón sincero, las amarras de tu alma sensible y noble.
Al final...esas luces del alma te permiten hallar el rumbo necesario en que puedas dirigirte a plantar anclas en mejores puertos; a sonreír a pesar de los vendavales y los cielos que presagian todavía más crespones; a amar y tener fe, sin que importe que el faro de la esperanza no alumbre momentáneamente las aguas en tu larga travesía.
"Pudiste, Puedes y Podrás" ser quien en medio de la oscuridad enciende una lámpara de nuevas posibilidades y aunque maltrecha, sobrevives cada prueba, cada calvario, cada cerco de sombras que intente avasallar tu amoroso corazón.
Como dice el poeta: Sigue teniendo Fe: "La fe es un faro que alienta el caminante. Ten paciencia, la aurora pronto despertara, si llevas esas luces como faro del alma hallaras que las sombras se disipan, y en calma, seguirás sin tropiezo tu camino invernal".
Por lo demas, "deja al pasado sepultar sus propios muertos".
Siempre se desea lo mejor a quien como tú mereces lo mejor.
viernes, 20 de enero de 2006
Desde mi ventana
Desperté, y desde mi ventana pude ver el alba. No pude resistir tomarle fotos y me levanté enseguida. Eran las seis y media de la mañana y en vez de tirarme nuevamente a la cama (como suelo hacer y no levantarme hasta casi las ocho) comenzé a prepararme para ir a la oficina. No sé si fue la vista del amanecer o el café que tome al salir de casa pero en el trayecto a la oficina estuve de muy buen humor y entre Coldplay y Pink Floyd no pude dejar de sonreir y mis pies de moverse al ritmo de la música. Me quedé en la parada de West 4th a fin de caminar un poco por el vecindario ya que el día estaba precioso. Increible, veinte de enero y parece que estamos en plena primavera. En fin, hoy estoy contenta; los motives: un bello amanecer, un hermoso día y clima, las calles de mi ciudad, buena música y un café caliente.
Aqui el amanecer visto desde mi ventana:
miércoles, 18 de enero de 2006
Mi Patria
Mi Patria
Llevo conmigo
las calles de mi patria,
sus atardeceres y plenilunios,
el rumor de sus palmeras,
sus aguas salobres y dulces.
Llevo en mi su tristeza,
los sueños interrumpidos y eternos,
su historia de muertes y lágrimas,
de luchas y derrotas.
En ella, como en mí,
fluye su esperanza
como los ríos en sus cordilleras,
el poniente en sus bosques
o el viento en los pinos.
Llevo en la piel
la calidez de sus arenas
y en el corazón,
la nostalgia de playas
rendidas ante extranjeros
ajenos a la belleza de mi pueblo,
sus tradiciones y alegría.
Mi patria no me vio nacer
mas ella forjó mi destino,
construyó las veredas
por donde anda mi corazón.
Ella sabe de mi nostalgia,
de la guira y tambora
que llevo en los pies,
del olor a playa que respiro
aún en la distancia,
del vacío que causa su ausencia
y el dolor que a la vez nos une
y nos separa.
Las lluvias de Nueva York
Nuevamente agripada. Van tres. Con estos cambios de temperatura tan drásticos no hay quien se salve de una gripe, un "flu" o resfriado, como quieran llamarle. Es de las cosas que me incomodan del invierno. Lo único bueno de todo esto es que al menos no hemos tenido un invierno tan cruel como el año anterior; ojalá siga asi.
Pero bien, ayer salí de la oficina por un momento a hacer algunas diligencias y después de caminar un rato por Greenwich Village me acordé de cuanto amo esta cuidad. Nueva York estaba completamente gris ayer, desde su cielo hasta su pavimento, edificios y árboles; aún asi, logré sonreir cuando pensé en lo bella que es. Este fin de semana hablaba con un amigo del efecto que puede tener la cuidad sobre uno. Comprendí perfectamente cuando me dijo que era indescriptible lo que el sentía cuando aveces recorría sus calles y una energía extraña se apoderaba de él. Le dije que asi mismo pasaba conmigo y le conté de un domingo en que me tocó trabajar y que cuando al salir de la oficina, apesar de estar cansada y loca por llegar a casa, olvidé por completo los problemas del día y no pude evitar sonreir al sentir el viento, ver la gente y oir el bullicio de la cuidad. Esa tarde me decía a mi misma, "¡cuánto amo esta cuidad!". Claro, hay días en que me siento hastiada de la rutina y quiero escapar por unos días pero la verdad es que Nueva York me fascina. Me encanta su crudeza, su locura, el hecho de que en una sola cuadra te puedes topar con veinte (y hasta más) culturas diferentes, el poder dormir en el tren sin que nadie me moleste, poder comprar un café a altas horas de la noche, los hermosos colores del otoño, entre otras cosas.
Es por esto que no pude resistir comprar un libro el domingo (dije que no compraria más hasta terminar por lo menos una tercera parte de los que tengo en casa) ya que al abrirlo, me topé con un ensayo titulado "The Rains of New York" (Las lluvias de Nueva York). El libro es de Albert Camus y se titula "Lyrical and Critical Essays" (Ensayos líricos y críticos). Me gustaría compartir con ustedes el texto pero lamentablemente no lo tengo en español y por más que lo he buscado en la red no logro encontrar una traducción. Me he propuesto traducirlo este fin de semana (ya veremos que si soy capaz de hacer un trabajo digno). Pero bueno, ese texto me encantó ya que describe más o menos lo que siento por esta cuidad. Aunque Camus publicó su ensayo en 1947, Nueva York, en mi opinión, sigue causando el mismo efecto en quienes la habitan (o al menos gran parte de ellos). Por ahora, aqui les dejo con el texto en inglés:
The Rains of New York
New York rain is a rain of exile. Abundant, viscous and dense, it pours down tirelessly between the high cubes of cement into avenues plunged suddenly into the darkness of a well: seeking shelter in a cab that stops at a red light and starts again on a green, you suddenly feel caught in a trap, behind monotonous, fast-moving windshield wipers sweeping aside water that is constantly renewed. You are convinced you could drive like this for hours without escaping these square prisons or the cisterns through which you wade with no hope of a cistern or a real tree. The whitened skyscrapers loom in the gray mist like gigantic tombstones for a city of the dead, and seem to sway slightly on their foundations. At this hour, they are deserted Eight million men, the smell of steel and cement, the madness of builders, and yet the very height of solitude. "Even if I were to clasp all the people in the world against me it would protect me from nothing."
The reason perhaps is that New York is nothing without its sky. Naked and immense, stretched to the four corners of the horizon, it gives the city its glorious mornings and the grandeur of its evenings, when a flaming sunset sweeps down Eighth Avenue over the immense crowds driving past the shop windows, whose lights are turned on well before nightfall. There are also certain twilights along Riverside Drive, when you watch the parkway that leads uptown, with the Hudson below, its waters reddened by the setting sun; off and on, from the uninterrupted flow of gently, smoothly running cars, from time to time there suddenly rises a song that recalls the sound of breaking waves. Finally I think of other evenings, so gentle and so swift they break your heart, that cast a purple glow over the vast lawns of Central Park, seen from Harlem. Clouds of Black children are striking balls with wooden bats, shouting with joy; while elderly Americans, in checked shirts, sprawl on park benches, sucking molded ice creams on a stick with what energy remains to them; while squirrels burrow into the earth at their feet in search of unknown tidbits. In the park's trees, a jazz band of birds heralds the appearance of the first star above the Empire State building, while long-legged creatures stride along the paths against a backdrop of tall buildings, offering to the temporarily gentle sky their splendid looks and their loveless glance. But when this sky grows dull, or the daylight fades, then once again New York becomes the big city, prison by day and funeral pyre by night. A prodigious funeral pyre at midnight, as its millions of lighted windows amid immense stretches of blackened walls carry these swarming lights halfway up the sky, as if every evening a gigantic fire were burning over Manhattan, the island with three rivers, raising immense, smoldering carcasses still pierced with dots of flame.
I have my ideas about other cities but about New York only these powerful and fleeting emotions, a nostalgia that grows impatient, and moments of anguish. After so many months I still know nothing about New York, whether one moves about among madmen here or among the most reasonable people in the world; whether life is as easy as all America says, or whether it is as empty here as it sometimes seems; whether it is natural for ten people to be employed where one would be enough and you are served no faster; whether New Yorkers are liberals or conformists, modest souls or dead ones; whether it is admirable or unimportant that the garbage men wear well-fitting gloves to do their work; whether it serves any purpose that the circus in Madison Square Garden puts on ten simultaneous performances in four different rings, so that you are interested in all of them and can watch none of them; whether it is significant that the thousands of young people in the skating rink where I spent one evening, a kind of vélodrome d'hiver bathed in reddish and dusty lights, as they turned endlessly on their roller skates in an infernal din of metal wheels and loud organ music, should look as serious and absorbed as if they were solving simultaneous equations; whether, finally, we should believe those who say that it is eccentric to want to be alone, or naively those who are surprised that no one ever asks for your identity card.
In short, I am out of my depth when I think of New York. I wrestle with the morning fruit juices, the national Scotch and soda and its relationship to romance, the girls in taxis and their secret, fleeting acts of love, the excessive luxury and bad taste reflected even in the stupefying neckties, the anti-Semitism and the love of animals-- this last extending from the gorillas in the Bronx Zoo to the protozoa in the Museum of Natural History--the funeral parlors where death and the dead are made up at top speed ("Die, and leave the rest to us"), the barber shops where you can get a shave at three in the morning, the temperature that swings from hot to cold in two hours, the subway that reminds you of Sing Sing prison, ads filled with clouds of smiles proclaiming from every wall that life is not tragic, cemeteries in flower beneath the gasworks, the beauty of the girls and the ugliness of the old men; the tens of thousands of musical-comedy generals and admirals stationed at the apartment entrances, some to whistle for green, red, and yellow taxis that look like beetles, others to open the door for you, and finally the ones who go up and down all over town like multicolored Cartesian drivers in elevators fifty stories high.
Yes, I am out of my depth. I am learning that there are cities, like certain women, who annoy you, overwhelm you, and lay bare your soul, and whose scorching contact, scandalous and delightful at the same time, clings to every pore of your body. This is how, for days on end, I walked around New York, my eyes filled with tears simply because the city air is filled with cinders, and half one's time is spend rubbing th eeyes or removing the minute speck of metal that the thousand New Jersey factories send into them as a joyful greeting gift, from across the Hudson. In the end, this is how New York affects me, like a foreign body in the eye, delicious and unbearable, evoking tears of emotion and all-consuming fury.
Perhaps this is what people call passion. All I can say is that I know what contrasting images mine feeds on. In the middle of the night sometimes, above the skyscrapers, across hundreds of high walls, the cry of a tugboat would meet my insomnia, reminding me that this desert of iron and cement was also an island. I would think of the sea then, and imagine myself on the shore of my own land. On other evenings, riding in the front of the Third Avenue El, as it greedily swallows the little red and blue lights it tears past at third story level, from time to time allowing itself to be slowly absorbed by half-dark stations, I watched the skyscrapers turning in our path. Leaving the abstract avenues of the center of town I would let myself ride on toward the gradually poorer neighborhoods, where there were fewer and fewer cars. I knew what awaited me, those nights on the Bowery. A few paces from the half-mile-long stretch of splendid bridal shops (where not one of the waxen mannequins was smiling) the forgotten men live, those who have let themselves drift into poverty in this city of bankers. It is the gloomiest part of town, where you never see a woman, where one man is every three is drunk, and where in a strange bar, apparently straight out of a Western, fat old actresses sing about ruined lives and a mother's love, stamping their feet to the rhythm and spasmodically shaking, to the bellowing from the bar, the parcels of shapeless flesh that age has covered them with. The drummer is an old woman too, and looks like a screech owl, and some evenings you feel like you'd like to know her life-- at one of those rare moments when geography disappears and loneliness becomes a slightly confused truth.
At other times...but yes, of course, I loved the mornings and the evenings of New York. I loved New York, with that powerful love that sometimes leaves you full of uncertainties and hatred: sometimes one needs exile. And then the very smell of New York rain tracks you down in the heart of the most harmonious and familiar towns, to remind you there is at least one place of deliverance in the world, where you, together with a whole people and for as long as you want, can finally lose yourself forever.
Albert Camus, 1947
martes, 10 de enero de 2006
Este loco corazón...
Si mi cabecita fuera más lógica, y no se atara tanto al pasado o se limitara por sus miedos, talvez mis problemas fueran menos.
Aveces siento que navego en un mar infinito, donde los puntos cardinales no importan: vaya donde vaya termino en las mismas aguas.
sábado, 7 de enero de 2006
Marioneta
muñeca que baila
al compás de un tictac.
Esclava de las horas,
mendiga de los minutos y segundos
que le arrastran a su antojo.
Es tan sólo títere,
pedazo de madera hueca
incapaz de deshacer los hilos,
de sacudir el miedo.
En sus ojos,
el lento caminar de las manecillas,
la carencia de besos y pasiones,
la muerte anhelada,
irremediable destino.